jueves, 24 de marzo de 2011

KIARA, MI LINDA GATITA

Una noche, viniendo de Tánger nos encontramos a una gatita tirada en mitad de la carretera. Tendría unas dos semanas de vida. No se apreciaba muy bien su color ni su raza, ya que era de noche y estaba sucia y maltratada. Creí que estaba muerta, pero no, solo estaba débil por cualquier causa, ya que todavía respiraba. La cogí, la metí en el coche y seguimos nuestro trayecto a Ceuta. Al llegar a la aduana tuve un poco de miedo de que me multasen por llevar un animal indocumentado, pero mi padre me dijo que  estaban tan despistados por el sueño que no se darían ni cuenta, y así fue.
            Cuando llegamos a casa, le di con una jeringa leche calentita, se la bebía, pero seguía débil y sin levantarse. La metí en una caja hasta el día siguiente, a ver que hacía con ella. Por la mañana, me despertaron sus maullidos, estos eran porque no sabía dónde estaba, fui a verla y estaba nerviosa y muy inquieta.
            Poco a poco me acerqué a ella acariciándola, y cuando tuvo confianza en mí, me dejó cogerla. A lo largo de esa mañana nos dedicamos a asearla y limpiarle cualquier parásito que pudiera tener. ¡Estaba asquerosa! Mi madre, mientras tanto, se pensaba en tener o no mascota, “lo típico de todas las madres”, pero cuando vio a la nueva gatita, limpia y juguetona, sin pensárselo dos veces, dijo que sí. Yo, al escuchar el “sí”, pensé rápidamente en llevarla al veterinario por alguna enfermedad o cualquier infección que pudiese tener. Por la tarde la llevé, parecía tranquila en el trayecto. Al entrar en la consulta, le expliqué a la chica lo que había, que me la encontré y me la quería quedar legalmente. La chica, muy contenta por la adopción (por así decirlo), de un animal callejero, me dijo que sí, que la iba a examinar.
            Para mi sorpresa, al sacarla del transportín, olía a “caquitas”. Yo puse cara de ¡qué vergüenza!, pero la chica me dijo que no me preocupara, que era normal, como nunca había estado en esa situación, pues se puso nerviosa. Bueno, le limpiaron y la examinaron.
-La gata está en perfecto estado, la puedes adoptar- me dijo Gabriela, la chica.
Esta procedió a rellenar la cartilla sanitaria de la gatita, le puse de Kiara porque parecía una leona, era mayormente rubia, con manchas blancas. Por cierto, era mestiza, la cara de un gato común, y el pelo de un gato persa, largo y brillante.
Cuando llegué a casa la acomodé en un rincón, se portó muy bien y lo sigue haciendo. Han pasado siete meses y está grandecita, le he enseñado muchas cosas, me hace caso, pero a veces no la entiendo. Bueno, al fin y al cabo sigue siendo un animal, y no va a ser perfecta.

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